Han pasado ya 50 años desde que los capitalinos despertaron y encontraron sus calles tapizadas de blanco; fue un inolvidable y frío miércoles.
Quién lo creería. Las nevadas no son algo que pase aquí, en la capital del país, sin embargo ocurrió, y fue hace ya 50 años.
Tal vez pocos de quienes leen esto lo vivieron, o si lo vivieron ya no lo recuerdan, pero seguramente sus padres o abuelos se los podrán confirmar.
Fue el 11 de enero de 1967, y al igual que hoy, fue un frío miércoles, obviamente más frío que el que sentimos esta mañana.
Las calles de la Ciudad de México se tapizaron de blanco ante la sorpresa de los capitalinos, una gruesa capa de hielo de más de cinco centímetros cubrió todo a la vista.
La plancha del emblemático Zócalo capitalino era un lago de hielo, y con la Catedral de fondo parecía postal navideña de algún lejano lugar.
Algo histórico, quien no había viajado al extranjero o cuando menos a los estados del norte nunca había vivido fenómeno similar, o no en un pasado inmediato, pues hay registros de nevadas similares en 1920 y 1907.
No sólo los niños disfrutaron jugar con la nieve en sus banquetas o en sus azoteas, la nieve volvió niños a todos.
Incluso los diarios de la época no se pudieron abstener de cabezas poéticas que calificaban la nevada como cortinas y finos tapices blancos, todos quedaron maravillados y no los reporteros no escatimaron en sus más profundas descripciones.
Pero no todo fue diversión, hubo quien padeció con esta blanca sorpresa. Los servicios de emergencia no estaban preparados ante tal situación: el brusco cambio de temperatura afectó a unos tantos, y el hielo en las calles agudizó el tráfico, aunque seguramente no a tal punto como se sufre en la actualidad y sin necesidad de nieve.
En algunas comunidades cercanas al Ajusco la nieve superó el medio metro y los caminos quedaron bloqueados entre varios pueblos.
Lo cierto también es que nadie o casi nadie tenía ropa que sirviera para contener tal frío, pero lo de menos era encimar prendas cual capas de cebolla con tal y disfrutar el acontecimiento, algo único y hasta ahora, irrepetible.
