Columnista invitada| Una celebración indígena que atravesó siglos, civilizaciones y clases sociales

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De cómo una celebración de origen indígena con tantos elementos paganos atravesó tantos siglos, cultos, colonizaciones y clases sociales.

*Por Bestabée Romero @betsabee_romero

Según la doctora Von Wobeser no se tienen censos exactos de la población que encontraron los españoles a su llegada, pero se calcula que habían aproximadamente 11 millones, aunque según Motolinía eran 25 millones en el altiplano, lo impactante es que debido a las enfermedades, la curva demográfica se desplomó hasta que a mediados del siglo XVII sobrevivían apenas 1 millón 500 mil.

Una perdida de entre el 85 y 90% de la población en apenas un siglo.

La primera gran epidemia de viruela se registró en 1520, justo en el momento de la llegada de Cortés a Tenochtitlán.

En 1531 hubo otra de sarampión y una tercera que provocó más decesos que las dos anteriores y cuya identidad fue un misterio hasta hace poco que se descubrió que la pandemia que cobró más vidas en éste doloroso periodo fue la salmonelosis.

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En 1545, fray Diego de Betancourt escribe una carta desgarradora a España diciendo que desde que partieron “hace 8 meses ha habido una gran mortandad de indios, que no se puede creer. En Tascala mueren ordinariamente mil indios cada día y en Cholula 900 cuerpos... Es cosa increíble la gente muere y que muere cada día”.

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Motolinía escribe: “Sólo se podía caminar sobre hombres muertos o huesos de hombres, y los rapaces y los buitres que venían a comer los cuerpos muertos eran tan numerosos que hacían sombra al sol: los pueblos estaban despoblados y los indios que se salvaban huían a las montañas”. Pag. 122

La iglesia católica no podía ofrecer nada parecido a lo que los indios hacían por sus muertos. No tenían ni capacidad, ni estructura ni ritos para apoyarlos suficientemente, no podía darles ni santa sepultura, ni podían pedirles limosna para que rezaran por el difunto, ni otorgarles perpetuidad en los panteones, ni capillas, ni lugares sagrados, ni siquiera lograban dar la extremaunción a todos los que morían. La iglesia católica tenía rituales caros e inaccesibles, y aunque hubiera querido, no tenía la capacidad para ofrecer aliento para tantos duelos, el clero estaba rebasado por los hechos, por heridas profundas en una comunidad a la que no tenían como consolar, por lo que se limitó a ver cómo lo hacían los indígenas con sus propios ritos.

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Sin embargo, el clero sí se dio a la tarea de buscar en los templos los ídolos escondidos en los altares y en las casas indias y por supuesto prohibían cualquier rito que no fuera católico.

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Sin embargo, las ceremonias indígenas fueron atravesando la historia y las pandemias, pues eran más funcionales, cumplían mejor su cometido y eran económicas. Para la iglesia resultó mejor la tolerancia que el castigo.

En el siglo XVII y XVIII inclusive el Estado construía espacios dedicados a la venta de productos y para la realización de espectáculos paralelos a la vendimia y a la celebración de Día de Muertos, principalmente en el Zócalo o plaza mayor.

La celebración era muy popular entre todas las clases sociales, aspecto que también fue muy importante para que trascendiera hasta nuestros días.

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El Estado cobraba renta por los espacios y para que todo resultara mejor, la Iglesia hermanó las fechas de la celebración de Todo Santos con el Día de Muertos.

Como elemento particular a en la Nueva España, donde no se trabajaba ese día y era obligatorio ir a misa, se acostumbró complementar la celebración de ese día con la exposición de reliquias de la mayor cantidad de santos y beatos que se pudiera.

Para tener una mayor asistencia, se ofrecía también una indulgencia plenaria, declarada en el Concilio de Trento para que se visitaran las parroquias desde el primero de noviembre y hasta la puesta del sol del día siguiente.

Visitar las reliquias se hizo costumbre y debió ser un espectáculo sobrecogedor en capillas apenas iluminadas donde sólo brillaban las cajas de oro y vidrio de los lujosos relicarios.

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Todo esto expuesto con cuerpos enteros en cera o fragmentos de ellos, muchas veces de dudosa procedencia, y es a partir de estos fragmentos de cuerpos y huesos de las reliquias católicas situadas al interior de las iglesias que surge la reproducción artesanal y popular de huesos, calaveras y figuras en azúcar y pan para vender.

Hacían animales y todo tipo de miniaturas que según la esposa de Calderón de la Barca eran suficientes para poblar el arca de Noé.

La imaginación y el oficio de los artesanos se ejercía en tanto que práctica de resistencia cultural, enriqueciendo cada año la fiesta con más símbolos y emblemas en miniatura que vendían en esquinas, mercado y plazas.

Se crearon los alfeñiques con aceite de almendra y con pasta de pepita de calabaza desde la época colonial, además de éstos alfeñiques con forma de huesos y cuerpos humanos que recordaban a las reliquias, se elaboraban en papel y madera pequeños túmulos funerarios como los de las Iglesias.

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Foto: Cortesía

Eran comunes las tumbas de azúcar con muertos tendidos que por medio de un hilo se sientan y que se siguen haciendo hasta la fecha.

Todo con un humor que se reía de los mismos clérigos, poderosos y políticos como lo hacían las caricaturas de Posada y las calaveritas escritas en la prensa y en los rituales domésticos que persistieron hasta la actualidad.

Desde el siglo XVIII se tiene consignado la moda de regalar objetos y juguetitos para realizar lo que desde ésta época se llamaba ofrenda y que se montaban en las casas de sectores altos y medios.

Piras con objetos iluminados y olorosos de incienso y copal, así como con velas encendidas y varias frutas de la estación.

El proceso de mestizaje de ésta tradición fue muy temprano, había una apropiación normalizada de las tradicionales ofrendas que los mexicanos antiguos pusieron y que los indígenas y mestizos seguían poniendo sobre los sepulcros o en sus propias casas.

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Foto: Cortesía

En las calles también se menciona que los chicos pedían: “Mi tumba, o mi calavera, mi ofrenda”, logrando juntar monedas y dulces, como lo siguen haciendo hoy en día.

El historiador Guillermo Prieto recordaría que cuando niño, ésta celebración empezaba desde la ida a la plaza para adquirir dulces, frutas, velas, borregos, tumbas, calaveras etc.

En la época de Santa Anna se ofrecía en la plaza todo para sus ofrendas y se montaban asientos cómodos y elegantes para los que quisieran observar sentados.

Además de los puestos de rigor, también ofrecían diversiones y música que implicaban la compra de un boleto para entrar al Zócalo.

En 1864 se colocaron 8 teatros provisionales de madera, con un salón circular sobre el Zócalo, en torno al que colocaron esos teatros, cada uno con palcos y galerías.

En 1865 incluso fue alumbrado con gas y arreglado con alfombras, macetas, espejos, cuadros, música austriaca, festones, flores y cortinas.

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El municipio tuvo entradas considerables pues en esa ocasión asistieron miembros de la corte, del ejército que vino con Maximiliano como lo atestiguo la Condesa Kolonitz quien no dejaba de sorprenderse sin entender esa alegría, que ofendía según ella al corazón, en un día que conmemoraba la muerte.

Una fiesta que al final celebra desde ese entonces el triunfo simbólico sobre la muerte. Según Mijail Bajtin, la comicidad irreverente de éstas fiesta contiene un elemento de victoria sobre la aprensión que inspira la muerte tan temida en occidente, representa un triunfo simbólico sobre los temores reales que infunden el poder o cualquier fuerza opresora, pues no habría fuerza más temida que la de la muerte.

El Día de Muertos es una tradición única, especialmente por esa enorme capacidad para permear épocas, culturas, religiones y clases sociales.

Una celebración mestiza que se vive desde entonces hasta la fecha con la presencia de lo solemne y lo anti solemne, del luto y la alegría, del desconsuelo y el entusiasmo, de la nostalgia por los que se fueron pero sobretodo del placer de recordarlos como si estuvieran ahí.

Una de las figuras del arte mexicano que confirma tanto la sobrevivencia de la calavera a través de los siglos y las colonizaciones, pero también su capacidad para internarse en otros ámbitos de la cultura como es el diseño, la caricatura política y el arte, es José Guadalupe Posada, el gran grabador de finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue descubierto por el pintor y muralista francés Jean Charlot, quien se había topado en la calle con volantes de los herederos de Antonio Vargas Arroyo.

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Charlot vio en esas caricaturas un precursor del arte de la época, se fascinó con el amor a la tragedia, a la sangre y a la muerte. Para él era un síntoma de la fortaleza de la identidad de la cultura local, así que escribe sobre él en Revista de Revistas en 1925.

Charlot con su pareja de ese momento, la importante antropóloga Anita Brenner (ídolos tras los altares), lo admiraron y promovieron, Brenner incluso lo calificó como profeta de la cultura mexicana en un artículo en 1928.

Brenner fue una prominente intelectual que además de presentar en inglés una perspectiva de México diferente al exotismo, abrió la historia del arte mexicano a partir del arte prehispánico, analizándolo desde su gran riqueza estética.

Brenner decía que en México a cada renovación sucedía una catástrofe, lo que parece vigente hasta nuestros días. A cada anuncio y a cada mesías, sucede una profecía infausta y un apocalipsis.

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Brenner esgrime como ejemplos análogos entre sí, la profecía azteca de la llegada de Cortés-Quetzalcoatl, y posteriormente la subida al poder de Francisco I Madero, sucedida de un terremoto que condicionaría la opinión popular por encima de cualquier dialéctica, desde el sustrato de lo inevitable, percibía un fatalismo histórico que provenía de un sustrato indígena y que en su momento volvía a surgir en el arte revolucionario en el cual tantas muertes hacían surgir de nuevo como ícono de la prensa, el arte popular y hasta en el muralismo, “la calavera”, la iconografía de la muerte.

Extraídas de los Tzompantli, pero también de la cultura maya y de los códices, la calavera fue un ícono reiterativo en todas las culturas por su cosmovisión y su profecía.

*Bestabée Romero es una artista visual mexicana.
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