Leonard A. Lauder no solo heredó el apellido de una de las mujeres más visionarias de la industria cosmética, sino también su instinto empresarial. Hijo de Estée Lauder, fundadora de la marca homónima, Leonard se incorporó formalmente a la empresa en 1958, cuando aún era una firma familiar con proyección nacional. Bajo su liderazgo, transformó la compañía en un conglomerado global del lujo, con presencia en más de 150 países.
Uno de sus mayores logros fue impulsar la expansión internacional de Estée Lauder durante las décadas de 1980 y 1990, consolidando la adquisición de marcas clave como M·A·C, Bobbi Brown y La Mer. Esta estrategia no solo diversificó el portafolio, sino que posicionó al grupo como referente de innovación, calidad y prestigio en el mundo de la belleza.
Además de su papel como presidente y CEO, Leonard Lauder también se distinguió como un gran filántropo y amante del arte. En 2013, donó al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York una colección de más de 70 obras maestras del cubismo, incluyendo piezas de Picasso, Braque y Léger, valoradas en más de mil millones de dólares. Este gesto lo consolidó como uno de los mecenas más influyentes del arte moderno.
Hoy, Leonard A. Lauder es considerado una figura clave en la historia del lujo, la filantropía y la evolución de los negocios familiares en el siglo XX. Su legado no solo vive en los productos que millones de personas usan cada día, sino también en su visión de largo plazo, que supo combinar tradición, estrategia y sensibilidad cultural. Lo recordaremos por siempre, descanse en paz.