Leonora Tovar escribe sobre su abuelo el ex presidente José López Portillo

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Tatapá es el nombre con el que mi hermano Rafael bautizó a nuestro abuelo José. Este nombre lo hizo feliz porque reúne en una sola voz dos de las raíces que nos conforman. Tata, que en náhuatl significa padre o abuelo y pa, apócope de padre. Este apodo cumplía su idea de que somos un pueblo producto del mestizaje. Mi abuelo era un hombre que amaba la vida, amaba las palabras, alguna vez nos contó de la máquina de hacer palabras de Unamuno que abría la posibilidad de nombrar y darle sentido a cualquier cosa. Todo le daba curiosidad, le gustaba leer literatura y filosofía. Se conmovía ante el cosmos, le gustaba ver las estrellas y creía que Beethoven era la máxima expresión del alma humana. En su buró tenía las obras completas de Shakespeare. Por eso mis papás me regalaron parte de sus obras en un libro de cuentos para niños que conservo y que ahora leo con mis hijos.

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Foto Cortesía

Mi abuelo amaba profundamente su país y se sentía muy orgulloso de ser mexicano, conocía su historia y su territorio. Hizo la ruta de Cortés cuando era joven y durante su carrera recorrió México completo. Era un hombre sabio, generoso, que sabía valorar lo que de verdad importa. Mi mamá nos cuenta que un día, sentados en el jardín, yo recién nacida, mi primo José Juan de meses y Rafa de dos años, mi abuelo comentó que la felicidad no era mucho más que eso, poder ver a los nietos empezar a caminar en una tibia tarde de primavera y tener la conciencia en paz.

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Foto Cortesía

Mi Tatapá decía que el ejercicio no solo ejercita el cuerpo sino la voluntad. Nos enseñó a tirarnos clavados de flecha, festejaba que me gustaran los caballos tanto como a él. Festejó que decidiera yo estudiar derecho, se enorgullecía de que yo fuera la única de todos los nietos, abogada como él, aunque no le encantaba que me dedicara al litigio, menos, penal. Mi abuelo se indignaba ante la injusticia. Solía decirnos que el perdón permite estrenar tiempos nuevos. No era un hombre que lo alimentara el rencor o la ambición, por el contrario, era sumamente generoso. No podia uno decirle que le gustaba algo que trajera puesto o de su casa porque se desprendía de lo que fuera y te lo regalaba. Era un hombre impresionantemente puntual, decía que la puntualidad es la expresión del respeto al tiempo del otro.

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Foto Cortesía

Para mi abuelo, el poder era la posibilidad de servir. Aunque no se si mi nombre fue idea suya o de mi papá, conservo la tarjeta convertida en “decreto” en el cual mi abuelo, después de detallar los “considerandos” por los cuáles el nombre Leonora era un nombre idóneo, decretó que así debía yo llamarme. Cuando era yo niña le gustaba llamarme “mi Claudia Cardinale”, decía que me le parecía. Es por eso que llevo con mucho orgullo no sólo mis apellidos, sino mi nombre también. Han pasado 17 años desde su muerte y lo extraño y pienso en él y quisiera pedirle consejo y su opinión sobre tantas cosas.

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Foto Cortesía

Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Editora web y Social Media Manager de la revista Caras México de Editorial Televisa.
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