París vuelve a estar en el centro de la conversación mundial, y no solo por su eterno encanto. El reciente robo de joyas ocurrido en el Museo del Louvre ha devuelto a la icónica Pirámide su protagonismo mediático, recordándonos la fascinante historia detrás de una de las estructuras más polémicas y visionarias del siglo XX.
Su construcción comenzó a principios de la década de 1980, cuando el presidente François Mitterrand decidió modernizar y expandir el museo. En 1983, el encargo recayó sobre el arquitecto chino-estadounidense Ieoh Ming Pei, quien imaginó un vestíbulo subterráneo bañado por la luz natural que atravesaría una pirámide de vidrio y acero en pleno corazón del patio Napoleón.
La idea dividió a Francia, muchos consideraron la estructura demasiado moderna, un contraste audaz frente al clasicismo del Louvre. Sin embargo, tras su inauguración en 1989, la Pirámide se transformó en símbolo de innovación y equilibrio entre el pasado y el futuro.
Con sus 673 paneles de vidrio, la obra se convirtió en una de las más reconocibles del planeta, un punto de encuentro entre culturas y épocas. Hoy, en medio del revuelo por el robo que sacudió al museo, la Pirámide vuelve a recordarnos su doble naturaleza: monumental y misteriosa, transparente pero enigmática, tan atemporal como la ciudad que la vio nacer.