Considerado uno de los pintores más influyentes del Siglo de Oro español, Diego Velázquez no solo dominó el pincel: lo reinventó.
Su forma de capturar la luz, el carácter humano y la complejidad social lo convirtió en el gran cronista visual del reinado de Felipe IV y en una figura clave para el arte occidental.
Pero más allá de títulos y cargos en la corte, lo que hace fascinante a Velázquez es cómo pintaba lo que nadie se atrevía a decir.
Las Meninas: ¿pintura o rompecabezas?
Su obra más icónica, Las Meninas (1656), es mucho más que un retrato de la infanta Margarita. Es un juego de perspectivas, reflejos y jerarquías visuales donde el verdadero protagonista podría ser el espectador. Velázquez se pinta a sí mismo dentro del cuadro, frente a una escena llena de simbolismo y ambigüedad. Fue, sin saberlo, uno de los primeros artistas en romper la “cuarta pared”.
Velázquez no solo pintó el poder: lo cuestionó. Usó el arte como herramienta para observar al mundo desde dentro, desde la corte hasta la calle. Y lo hizo con una elegancia visual tan natural que aún hoy nos hace dudar si estamos ante un cuadro… o un instante congelado en el tiempo.