A simple vista, parece solo una gárgola más. Pero si te acercas a una de las puertas laterales derechas del Palacio de Bellas Artes, descubrirás algo que pocos han notado: una escultura de la cabeza de un perro.
La historia nos lleva a principios del siglo XX
Cuando el arquitecto italiano Adamo Boari fue asignado para diseñar el recinto cultural más importante de México. A su lado, todos los días, lo acompañaba su perrita Aida, una setter irlandesa que conquistó a todo el equipo con su lealtad y ternura.
Aida fue parte del proceso desde el inicio. Iba a la obra, descansaba cerca de los planos, caminaba entre materiales y trabajadores. Se volvió símbolo de constancia, cariño y trabajo compartido. Pero falleció antes de ver el proyecto terminado.
En homenaje, Boari y su equipo decidieron tallar su rostro en una de las fachadas. Así, Aida viviría por siempre como parte del palacio.
No solo es una historia curiosa, es un recordatorio de que la grandeza también se construye con amor y memoria.