En los años 90, Matilda se convirtió en una de las películas más entrañables del cine infantil. Dirigida por el actor y cineasta Danny DeVito, el proyecto tenía un presupuesto de 36 millones de dólares, una suma considerable para la época. El éxito dependía casi por completo de encontrar a la niña perfecta para interpretar al personaje creado por Roald Dahl.
Tras un largo proceso de casting, la elegida fue Mara Wilson, quien ya había destacado en Mrs. Doubtfire y Milagro en la calle 34. Con apenas 8 años, Mara llegó al set acompañada de su madre, Susie Wilson, quien además era su representante.
La batalla de Mara
Lo que pocos sabían es que, justo al iniciar la filmación, a la madre de Mara le diagnosticaron un cáncer de mama en etapa avanzada. La noticia golpeó con fuerza a la familia y afectó profundamente a la pequeña actriz.
Fue entonces cuando Danny DeVito y su esposa, la también actriz Rhea Perlman — quien en la película interpretaba a la madre de Matilda— decidieron dar un paso más allá. La pareja cuidó de Mara como si fueran sus “tíos adoptivos”, llevándola y recogiéndola del set, invitándola a dormir en su casa y brindándole contención emocional en uno de los momentos más difíciles de su infancia.
La pérdida
Lamentablemente, Susie Wilson falleció en 1996, meses antes del estreno oficial de Matilda. Durante años, Mara creyó que su madre nunca había visto el resultado final de su trabajo más importante.
La confesión que lo cambió todo
Sin embargo, siendo adulta, Mara Wilson reveló un detalle conmovedor: en una comida con DeVito, él le confesó que había llevado un VHS con la versión casi definitiva de la película al hospital, para que Susie pudiera verla antes de morir. De esta forma, la madre de Mara pudo despedirse de este mundo contemplando la mayor alegría de su hija: verla brillar como Matilda.
Detrás de la magia y el humor de Matilda hubo una historia real de amor, pérdida y solidaridad. La película no solo marcó a toda una generación, sino que también se convirtió en un refugio emocional para su protagonista. Y en el centro de esta historia, quedó para siempre el gesto humano y generoso de Danny DeVito.